Recientemente, releyendo el libro de Cornelia Brunner, El ánima como destino, encontré en su análisis una paradoja que me cautivó: “Somos libres sólo hasta que aceptamos nuestra finitud”.

La primera asociación que me vino con respecto a la finitud fue la amenaza de la vejez, la terminación de la vida, y el estado de ansiedad que nos causa aceptar la cada vez más inminente proximidad de esa finitud.

En la primera mitad de la vida somos libres porque damos prioridad a la vivencia del momento, al presente; del pasado sólo nos van quedando sus imágenes, y fantaseamos anhelantes sobre el futuro. Para el joven, la libertad y esperanza del presente está en que lo finito quedó atrás, en el pasado, y lo infinito yace en el futuro.

Para la segunda mitad de la vida tendemos a alterar esa concepción. Y eso nos lleva al encierro en las patologías de la desesperanza y la sensación de estrechez del presente, de la melancolía por un pasado infinito y de la ansiedad por un futuro finito.

Creo que vale la pena reflexionar sobre la importancia de retomar el momento presente, como bien hacen los jóvenes... de dejar atrás la finitud que marcó nuestro pasado, y considerar que el hoy y el mañana nos ofrecen infinitas oportunidades para trascender nuestros límites.

Es decir, ganemos nuestra libertad aceptando que hemos tenido límites de todo tipo, pero que es libre sólo aquél que hace lo mejor posible por trascenderlos, explorando la innovación.

¡Me dará mucho gusto recibir sus comentarios a este tema!