Un
caso diagnosticado como catatónico, que nos da esperanza de que la
mayor parte de la población mundial pueda despertar de la catatonia
colectiva en la que está sumergida, al abrirse las posibilidades de la
relación de la calidez humana.
Gracias Guadalupe por una creación tan bella, un cuento basado en la
experiencia de un suceso que cambió, dio trascendencia y significado a
la vida de dos personas.
Les compartimos esta excelente creación de Guadalupe Martínez Gómez.
Dra.
María Guadalupe Abac Archundia
Marzo 2017
Catatonia
por
Guadalupe Martínez Gómez
Otra vez el mismo sueño, los sudores, el pecho apretado, la cabeza
densa y una confusión espesa que no me permite elaborar pensamiento
alguno. La anguila, la electricidad, el mar: estoy volviendo.
Toco mi cara, mi cabello, mi cuello y mis hombros; aturdida siento mi
pecho y reviso si las costillas están completas. Mi abdomen y mi
muslo izquierdo en su lugar.
Soy un coral naranja, clavado entre arena blanca y fina, rodeada de
peces, rodeada de besos. Un ardor punzante, lento, alcanza mis
estructuras, el ácido carbónico me gasifica, transformación forzada.
-¡Maríííiííííaaa!-
Julia dispara dos proyectiles: uno sonoro que obliga a todos a
mirarla, dos años sin articular palabra, sin interactuar con el
mundo; otro caliente, blando y nauseabundo, alcanza la melena
negra y frondosa de María, su bata blanca sanforizada y las narices de
todos hasta los que se han negado a mirarla.
-María, entiende por favor, hay un protocolo, los catatónicos, son los
catatónicos, ¿qué ganas con leerles?-. –Doctor Morales, lo entiendo y
le agradezco su preocupación, pero más que nada le agradezco que me
permita esa locura-.
Mi brazo izquierdo es una anguila, se mete en mis huecos, baila; con su
lengua electrifica mis mitocondrias, habla un lenguaje de pulsos
susurrantes, acerco mi oído izquierdo para entender: chicharras
lejanas, textura arena. Su boca me come, me quedan solo los huesos.
Gorda, rellena la anguila, hambrienta todavía, se come a sí misma,
empieza por mi húmero, la electricidad la aturde, su sabor le gusta, no
se detiene, olvida qué es, dónde comienza y dónde termina.
Tras diez días de una infección que mi doctor clasificó como viral,
regreso a mi trabajo. Mi corporeidad se convirtió en alimento fresco de
seres diminutos que evolucionan a velocidad vertiginosa. Llevo,
como siempre, mi libreta repleta de los textos que en mis descansos
leeré a Julia. Sí, como dice Lola, le leo a Julia porque no quiero ser
juzgada, porque tengo miedo de mí misma. Hoy, al cruzar el
pabellón Julia me externa su opinión: su grito y su excremento
María Guadalupe Martínez Gómez
Marzo 2017